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Foto del escritorJuan Carlos Erdozain Rivera, MBA

¿Y SI EL PECADO ORIGINAL FUERA EN REALIDAD UN PASO HACIA LA LIBERTAD?

Actualizado: hace 7 días

"La Verdad Nos hará libres ¿Fue el Pecado Original descrito en el Génesis un acto de desobediencia a Dios? Reflexión de Auto liberación"  

MI ENCUENTRO CON HAROLD KUSHNER

Hace algunos años estando en Nueva York, tuve la oportunidad de conocer a Harold S. Kushner, un destacado rabino y autor estadounidense quien fue miembro de la Asamblea Rabínica del Judaísmo Conservador y, quien se desempeñó como rabino congregacional del Templo Israel de Natick, en Nat

La experiencia que describo es realmente significativa ya que no solo tuve la oportunidad de escuchar a una figura prominente del judaísmo conservador, sino que su discurso me impactó de tal manera que me llevó a cuestionar mis propias creencias sobre el Génesis y el Pecado Original.


Este encuentro, que seguramente trascendió lo anecdótico, me impulsó a buscar respuestas en la obra de Kushner, "How Good Do We Have to Be?". Por lo tanto, compré este libro en mi librería favorita, "Barnes & Noble", lo cual marcó el inicio de una búsqueda personal que, me acompañó durante mi vuelo de regreso a la Ciudad de México.

Es interesante cómo un encuentro fortuito puede despertar inquietudes profundas y motivarnos a explorar nuevas perspectivas. En mi caso, la influencia de Kushner me condujo a replantear la noción tradicional del Paraíso Perdido, abriéndome a la posibilidad de un "Paraíso Ganado" a través del conocimiento y la aceptación de nuestra propia imperfección.

Este tipo de experiencias, que nos sacuden y nos invitan a cuestionar nuestras convicciones, son fundamentales para el crecimiento personal. El diálogo con pensadores como Kushner, quienes proponen interpretaciones alternativas a las narrativas religiosas tradicionales, enriquece nuestra comprensión del mundo y nos ayuda a construir un camino propio hacia la espiritualidad.

Mi relato refleja la importancia de mantener la mente abierta y buscar el conocimiento más allá de las fronteras de nuestras propias creencias. La búsqueda de la verdad es un viaje continuo que se nutre de encuentros, lecturas y reflexiones que, como en mi caso, pueden transformar nuestra visión del mundo.


DE REGRESO A LA CIUDAD DE MÉXICO

El viaje de regreso a la Ciudad de México se transformó en una travesía introspectiva gracias a la lectura de "How Good Do We Have to Be?". En las alturas, mientras sobrevolabas el paisaje, las palabras de Kushner me sumergían en una profunda reflexión sobre la culpa, la imperfección y la autoaceptación.


Este libro, que califico como excepcional, me brindó un nuevo marco para comprender la condición humana. Kushner, con su estilo amable y sabio, me reveló una verdad fundamental: la vida es un complejo tapiz de aciertos y errores, y nuestra imperfección no nos excluye del amor divino.

La lectura me permitió poner en perspectiva esos sentimientos de culpa e insuficiencia que a menudo nos atormentan. Comprendí que errar es parte inherente al ser humano, y que la búsqueda de la perfección puede convertirse en una carga insostenible.

Kushner, con su mensaje liberador, nos invita a abrazar nuestra propia humanidad con todas sus contradicciones. Nos muestra que la autoaceptación es el primer paso para construir relaciones más saludables con nosotros mismos y con los demás.

Además, el libro ayuda a replantear nuestra relación con la divinidad y que Dios no es un juez severo que nos castiga por nuestros errores, sino una fuente inagotable de amor y compasión que nos acompaña en nuestro camino.

La lectura de "How Good Do We Have to Be?" (¿Qué tan buenos tenemos que ser?) durante ese vuelo fue una experiencia transformadora que me permitió liberarme del peso de la culpa y abrazar la belleza de la imperfección. Las enseñanzas de Kushner me recordaron que todos somos amados incondicionalmente, y que nuestro valor como persona no depende de los éxitos o fracasos.


NO HAY UN PARAISO PERDIDO SINO UN PARAISO GANADO

La propuesta de Kushner sobre la historia de Adán y Eva me confrontó con mis creencias católicas y me generó una profunda confusión. Su interpretación, redefine el acto de comer del Árbol del Conocimiento como un paso hacia la humanización y no como una desobediencia.


Esta nueva perspectiva cuestiona la noción tradicional del Pecado Original, un pilar fundamental en la teología católica. Si, como plantea Kushner, no hubo un pecado original, entonces ¿cuál es el rol del Redentor en ambas tradiciones, tanto la judía, que aún espera su llegada, como la cristiana, que lo reconoce en Jesús?

Surge entonces una pregunta crucial: ¿cuál es la razón de un redentor si no existe un pecado original que requiera redención? Esta reflexión me llevó a proponer una interpretación alternativa: el redentor viene a recordarnos la importancia del amor fraternal y a despertar la conciencia de nuestra filiación divina. En este sentido, la redención se convierte en un proceso de autocorrección y evolución personal accesible a todos, independientemente de sus acciones pasadas.

Kushner, apoyándose en diversas disciplinas como la literatura, la psicología y la teología, y en su amplia experiencia como rabino, profundiza en el poder transformador de la aceptación y el perdón. Estos dos pilares, argumenta, son esenciales para mejorar nuestras relaciones interpersonales y para afrontar los desafíos inherentes a la condición humana.

Es fascinante observar un paralelismo entre la evolución física, explicada por Darwin, y la evolución espiritual, representada en el relato del Génesis. Así como la teoría de la evolución describe el proceso de transformación del hombre desde un estado primitivo hacia la civilización, la historia del Paraíso Terrenal simboliza la evolución espiritual de la humanidad.


"La Teoría de la Evolución" de Charles Darwin es la explicación de la evolución física del hombre, pasando de un estado salvaje a uno más civilizado
"La Historia del Paraiso Terrenal" del Génesis, es la explicación de la evolución espiritual del hombre.

El Génesis, no se limita a un relato religioso, sino que se convierte en una alegoría del despertar de la conciencia humana. Comer del Árbol del Conocimiento representa la adquisición de la capacidad de discernir entre el bien y el mal, un paso crucial en el camino hacia la "semejanza con Dios".

Sin embargo, este nuevo conocimiento conlleva un desafío: aprender a equilibrar las fuerzas opuestas que rigen nuestras acciones. Adán y Eva, al "caer la venda de sus ojos", se enfrentan a la complejidad moral del mundo, un mundo donde las intenciones y las acciones no siempre coinciden.

Esta dualidad se refleja en nuestra propia existencia. Como seres humanos, nos movemos constantemente entre el bien y el mal, oscilando entre la nobleza y la mezquindad. Nuestro gran reto consiste en encontrar un punto de equilibrio, en armonizar nuestras acciones con nuestros valores.

Y aquí es donde entra en juego la integridad. La integridad, entendida como la coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos, se convierte en nuestra brújula moral, guiándonos en la resolución de los dilemas éticos que se nos presentan a diario. La integridad nos permite trascender la simple obediencia a normas externas y construir una moral auténtica, basada en la conciencia y la responsabilidad.


LA INFANCIA DE LA HUMANIDAD


Para comprender el complejo entramado de nuestra existencia, es crucial distinguir entre el Estado Natural y la Ley Natural. El primero se refiere a la condición primigenia de la humanidad, un estado de inocencia e inmediatez donde la civilización aún no ha desplegado sus alas. Es la "infancia" de la humanidad, donde nuestros ancestros homínidos, como los Australopithecus, daban sus primeros pasos en el desarrollo de la inteligencia y la moral.


La Ley Natural, por otro lado, es la fuerza impulsora que nos conduce hacia la civilización. Es una ley intrínseca a nuestra naturaleza, un código inscrito en nuestro ADN que nos impulsa a buscar el progreso y la mejora continua. No se trata de un conjunto de normas impuestas desde el exterior, sino de una tendencia innata hacia la perfección, tanto intelectual como moral.

Los homínidos, en su larga marcha evolutiva, comenzaron desarrollando su inteligencia a través de la experiencia y el error. Este proceso gradual de aprendizaje sentó las bases para el posterior desarrollo moral. Es decir, la capacidad de razonar y comprender el mundo precedió a la capacidad de discernir entre el bien y el mal.


El ser humano, como especie "perfectible", está destinado a trascender su estado natural. No podemos permanecer indefinidamente en la infancia, en un estado de simplicidad e inmediatez. La Ley Natural nos impulsa a abandonar el Edén y aventurarnos en el mundo, a confrontar las complejidades de la civilización y a desarrollar todo nuestro potencial.

Sin embargo, este progreso no está exento de dificultades. A medida que avanzamos en el camino de la civilización, nos vemos enfrentados a nuevas necesidades y desafíos. La vida se vuelve más compleja, las relaciones interpersonales se intensifican y los dilemas éticos se multiplican. Es entonces cuando debemos aprender a equilibrar el progreso intelectual (material) con el progreso moral (espiritual).

La Ley Natural nos indica que no podemos retroceder, que la evolución es un proceso irreversible. No podemos volver a la inocencia del estado natural, ni refugiarnos en la simplicidad de la infancia. Nuestro destino es seguir adelante, aprendiendo de nuestros errores y buscando la plenitud en el ejercicio de nuestra libertad y nuestra conciencia.


EL PROGRESO MORAL SIGUE SIEMPRE AL INTELECTUAL

Al observar la historia, en especial la contemporánea, resulta evidente el vertiginoso avance científico e intelectual que hemos logrado. Sin embargo, el progreso moral parece rezagado, manifestando una clara desproporción. Esto, como hemos visto, es parte del proceso natural de la evolución humana, donde el desarrollo moral suele ser más lento que el intelectual.


La Ley Natural nos muestra que el progreso moral es consecuencia del intelectual, aunque este proceso no siempre es lineal ni homogéneo. En nuestra era tecnológica, donde la innovación científica avanza a pasos agigantados, la moral parece no haber alcanzado el mismo ritmo. La lucha entre la democracia y la autocracia, las crisis sociales y los conflictos globales son una muestra de esta disparidad.

A menudo, las sociedades más avanzadas tecnológicamente presentan mayores índices de "perversión", entendida como la corrupción de los valores y la desviación de los principios éticos. Esto se debe, en parte, a que han priorizado el desarrollo tecnológico por encima del progreso moral, creando un desequilibrio que pone en riesgo la convivencia humana.


Es fundamental comprender que el progreso auténtico abarca ambas dimensiones: la intelectual y la moral. Todos los pueblos e individuos tienden hacia este progreso integral, pero se trata de un camino gradual que requiere tiempo y esfuerzo. Mientras el sentido moral no esté plenamente desarrollado, la inteligencia puede ser utilizada para fines egoístas o destructivos.

"La moral y la inteligencia son dos fuerzas que sólo a la larga se equilibran". Es nuestra responsabilidad, como individuos y como sociedad, trabajar para acelerar este proceso y construir un mundo donde el progreso científico y tecnológico esté al servicio del bien común y la dignidad humana.


¿PUEDE EL HOMBRE DETENER LA MARCHA DEL PROGRESO?

Si bien la marcha del progreso es inexorable, existen fuerzas que intentan obstaculizarla. Individuos que se erigen como líderes, ya sea en el ámbito político o empresarial, en ocasiones se aferran a modelos obsoletos y se resisten al avance de la humanidad. Sin embargo, su empeño por frenar la corriente del progreso es fútil, pues terminarán siendo arrastrados por la misma fuerza que intentan contener.

El progreso de la humanidad, entendido como la búsqueda constante de mejora en todos los ámbitos, es una fuerza imparable. Figuras como Hitler, Mussolini o Stalin, con sus ideologías retrógradas y sus acciones atroces, pretendieron detener el avance de la civilización. No obstante, su influencia nefasta fue temporal, y el progreso, aunque con cicatrices, continuó su curso.

Estos "falsos líderes", movidos por la ambición, el egoísmo o la sed de poder, imponen leyes y estructuras que coartan la libertad y limitan el potencial humano. Sus intentos por mantener el statu quo, por sostener sistemas injustos e insostenibles, están destinados al fracaso. La historia nos ha mostrado, una y otra vez, que aquellos que se oponen al progreso terminan siendo víctimas de su propia miopía.

El progreso trasciende las barreras impuestas por estos personajes. Es una fuerza que se alimenta de la creatividad, la innovación y el deseo innato de superación que reside en cada ser humano. A pesar de los obstáculos, la humanidad avanza hacia un futuro donde la justicia, la igualdad y el bienestar sean accesibles para todos.


La ignorancia no es un estado perpetuo para la humanidad. El hombre, por su propia naturaleza inquisitiva y su capacidad de aprendizaje, está destinado a superar las limitaciones del conocimiento. Las revoluciones morales y sociales, como fuerzas transformadoras, actúan como catalizadores de este proceso, infiltrando nuevas ideas y conceptos que impulsan la evolución moral de individuos y sociedades.

Estas ideas, cual semillas de cambio, germinan en el seno de la historia, a veces durante siglos, nutriéndose de las experiencias, las reflexiones y las luchas de generaciones pasadas. Y cuando las condiciones maduran, estas ideas emergen con fuerza irresistible, derribando las estructuras obsoletas del pasado que ya no responden a las necesidades y aspiraciones del presente.

El Muro de Berlín y la Unión Soviética, son ejemplos elocuentes de este proceso. Representan sistemas que, en su momento, parecían inamovibles, pero que sucumbieron ante el empuje de las ideas de libertad, democracia y autodeterminación. Estos acontecimientos históricos nos muestran que ningún orden social, por más arraigado que esté, puede resistir indefinidamente el avance del progreso y la evolución moral.

La caída del Muro y la desintegración de la Unión Soviética marcaron un punto de inflexión en la historia contemporánea. Simbolizan la victoria de los valores humanos sobre la opresión y el autoritarismo, y nos recuerdan que la búsqueda de la libertad y la justicia es una fuerza inherente al ser humano.


EL MAYOR OBSTÁCULO DEL PROGRESO ES EL ORGULLO Y EL EGOÍSMO

El principal obstáculo para el progreso moral reside en las profundidades del ego humano: el orgullo y el egoísmo. Mientras que el progreso intelectual avanza de forma constante, impulsado por la curiosidad y la sed de conocimiento, el progreso moral se ve frenado por la incapacidad de trascender los intereses individuales. El progreso intelectual, en sus etapas iniciales, puede incluso parecer generar vicios como la ambición desmedida y la codicia por las riquezas y el poder.


En el contexto actual, vemos cómo líderes como Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador, Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Vladimir Putin, se aferran a un nacionalismo anacrónico que busca revivir glorias pasadas o construir grandezas aisladas. Si bien el deseo de engrandecer una nación puede ser loable, el nacionalismo como ideología excluyente carece de sustento en un mundo globalizado.

El nacionalismo, como concepto, alcanzó su apogeo en los siglos XIX y XX. Sin embargo, con la aparición de la globalización a finales del siglo pasado, el mundo se ha transformado en un entramado de interdependencias. Así como los imperios dieron paso a las naciones-estado, ahora estas últimas deben ceder el paso a un nuevo orden global basado en la cooperación y la interconexión.


Los líderes que se presentan como "mesías" del nacionalismo no son un fenómeno nuevo. La historia está repleta de figuras que, en nombre de la grandeza nacional, han conducido a sus pueblos al desastre. El poder concentrado en una sola persona, sin contrapesos ni límites, inevitablemente conduce al abuso, la corrupción y la desestabilización social. Recordemos los casos de Hitler y Mussolini, cuyos delirios de grandeza causaron un inmenso sufrimiento a la humanidad.


La evolución, tanto en el ámbito biológico como en el social, es un proceso irreversible. Lo que funcionó en el pasado no necesariamente es válido en el presente. Las monarquías absolutistas, por ejemplo, tuvieron que adaptarse a las demandas de la modernidad, dando paso a formas de gobierno más participativas y representativas. Nos encontramos en los albores de una nueva era geopolítica, caracterizada por la interconexión global y la disolución de las fronteras. En este contexto, el nacionalismo aislacionista resulta contraproducente y obstaculiza el progreso humano.

La autocracia, como sistema de gobierno donde el poder reside en una sola persona, es una fórmula arcaica que ya no tiene cabida en un mundo que clama por la democracia y la participación ciudadana. La creciente conciencia sobre la necesidad de evolucionar moralmente, tanto a nivel individual como colectivo, está socavando las bases de los regímenes autoritarios. Los líderes que se resisten a esta tendencia inevitablemente serán arrastrados por la fuerza del progreso, una fuerza que se nutre de la búsqueda constante de un mundo más justo, libre y equitativo.


A MANERA DE CONCLUSIÓN

La Vida no es una trampa que Dios nos tiende para condenarnos por fallar. La Vida no es un concurso de ortografía, en donde no importa cuantas palabras hayas acertado y si cometes un error estás descalificado.
La Vida se parece más a una temporada de béisbol, en donde incluso el mejor equipo pierde un tercio de sus juegos y, hasta el peor equipo tiene sus días de brillantez.
Nuestro objetivo es ganar más delo que perdemos, y si podemos hacerlo con la suficiente constancia, cuando llegue el final, lo habremos ganado todo.

Al principio, en la infancia de la raza humana, como en la infancia de un ser humano individual, la vida era sencilla. Luego comimos del fruto de ese árbol y adquirimos el conocimiento de que algunas cosas son buenas y otras malas. Aprendimos lo dolorosamente compleja que puede ser la vida, pero al final, si somos lo suficientemente valientes para amar, si somos lo suficientemente generosos para regocijarnos en la felicidad de los demás y, si somos lo suficientemente sabios para saber que hay suficiente amor para todos nosotros, entonces podremos alcanzar una plenitud que ningún otro ser vivo jamás conocerá, podemos entonces volver a entrar al Paraiso.
Harold Kushner (1935 - 2023)

Referencias:








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2 commentaires


Matha Pantoja, muchas gracias por estar en contacto.

Espero haberme ganado el privilegio de tu tiempo.

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Invité
10 janv.

Martha Pantoja

Artículo muy interesante y filosofo de acuerdo con las creencia religiosas de cada persona.

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